Hay días, con sus noches, en las que
el c⥀raz⥁n se agrieta,
Es algo que sucede por voluntad propia
y que escapa a mi control.
Y a pesar que ella está a mi lado, con
rubor etéreo y su sonrisa complaciente,
Nada calma ese pesar involuntario.
Hay noches en las que recostado con su
hermosura reposando en mi brazo,
Miro al cielo manchado y triste de mi
habitación helada,
Y no encuentro estrellas, ni
maravillas, solo el reflejo de mis pensamientos,
Y este, uno solo y permanente:
“¿dormirá feliz en la almohada de mi brazo?”
“¿Soñara conmigo, como cuando era niña
y de mi se enamoraba?
¿Suspirará ante la inmensidad de un
arroyo de ensueños, por el fragor…
Por el gusto de mis besos ideales,
mientras moja sus pies en las aguas,
Deseosa de retornar a mí, al despertar
en la mañana?”
Me veo como su amor y me veo como su
maldición.
Me escucho como la dulce melodía que
la anima, y luego,
Como la más sonora putrefacción. Soy
opuesto. Soy dos.
Después del lento peregrinar de mi voz
interior, por las cavernas
De mi memoria atribulada y estúpida,
retorno… a los pensamientos claros,
A la consoladora verdad de su
presencia, de su aroma.
Vuelvo, medito, siento y… y reparo la
grieta del c⥀raz⥁n agonizante,
Es lo que vale en nuestro mundo de
días frescos y grises.
Por sobre el desencanto y el
desaliento, vale…
Vale… pensar que ella me ama y
disfruta de mi abrazo, de mi deseo,
De mi imperfección y su impericia, de
mis inconstantes anhelos.
Vale, creer que “a pesar de mi”, ella
solo sueña conmigo…
Esperando despertar a mi lado, la
mañana de un soleado día
De c⥀raz⥁nes sanos y menos
atormentados.
S.A.V.
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