viernes, 23 de noviembre de 2018

PINACOTECA

- Cuento -

Gabriel tiene en su “pinacoteca”, entre réplicas primorosamente enmarcadas, un solo cuadro que él se animó a pintar: “La joven en el asiento del tren… al fondo del vagón”. Un título que sus detractores amigos aún prejuzgan como muy largo y ordinariamente evidente.
La historia del cuadro es simple; una anécdota:
Gabriel viajaba en un tren de media distancia cierta oportunidad, ¿de dónde a dónde? ¿Importa? De tanto contemplar por los cristales el paisaje cambiante del más allá, volvió la mirada hacia el pasajero sentado al frente, un hombre flacucho de aspecto intelectual, y luego… luego, la vio. Allá, detrás, apenas perceptible a su vista a través de esa rendija oportunista que queda entre asientos. Ella, anónima, dormía con la cabeza pegada a su hombro izquierdo. Sus facciones, bellas facciones, y su rostro, cuyo perfil parecía moldeado, emergían de sus finos y largos cabellos, los cuales en la cresta estaban cubiertos por un gorro de lana. Era invierno.
Gabriel la contempló imaginando… que ella despertaría, que ambos bajarían en la misma estación y ella: ¡ah, olvidó los guantes!
- “Te presto los míos… te los regalo”.
- “Noooo, ¿dónde te los devuelvo?
- Esperá, te paso mi número de teléfono y… dame el tuyo. Si no te molesta.
Y luego cruzarían llamadas, porque se cayeron bien. Y después se encontrarían para el retorno de los guantes. Se juntarían a charlar, cafés de por medio. Y cuando menos cuenta se dieran: Gabriel y anónima estarían enamorados, amándose locamente, desesperados el uno por el otro, planeando el futuro correspondiente a un amor que surgió de improviso.
Entonces… Gabriel retornó al momento, al viaje en el tren y enfocó en la realidad a esa joven y adormecida musa… y ella ya no dormitaba; se había despertado y él le había llamado la atención, con su mirada clavada y, en cierto punto: acosadora. Sin embargo, a anónima, no le resultó invasora esa fija mirada. Hasta le resulto agradable, como su simpático dueño. En consecuencia: sonrió. Y al verla sonreír, Gabriel enrojeció de pena, bajó lentamente la cabeza y simuló dormirse.



SAV.-


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